cuando tu ventana se iluminó.
Mis oídos se aguzaban,
mi respiración jadeaba,
mis ojos no parpadeaban.
por oír a mi niña cómo recitaba.
Las conchas de piedra
con envidia te miraban
al escuchar
el recital que dabas.
El cielo de Salamanca
se llenó de luceros y estrellas
para iluminar
el precioso verso que mimabas.
Todas las veletas
al mismo tiempo giraron,
los estorninos callaron,
las palomas revoloteaban
para señalar a donde Soledad recitaba.
Un vencejo azul
se posó en tu ventana
para oír al poeta
como su corazón palpitaba.
La fuente sus chorros
más fuerte chapoteaban
el duro bronce de Salinas
su rostro te miraba.
En los nidos de las cigüeñas
escondidos estaban
tus piratas en la trenza
sigilosamente te vigilaban.
Todo ocurrió una noche
a las veintidós cuarenta y dos.
Con cariño, Miguel.
(A Soledad Sánchez Mulas, tras su participación en "El cielo de Salamanca", el 28 de Mayo de 2010)